miércoles, 18 de noviembre de 2015

Cuidemos de las adicciones a los hijos


 

Cuando algunos padres de familia observamos por la calle a algunos adolescentes de 12 o 13 años con un cigarro en la mano, como asumiendo una malentendida hombría, no dejamos de experimentar en ese momento sentimientos encontrados entre los que se mezclan una especie de coraje, tristeza, impotencia y frustración al ver cómo esos jovencitos están destruyendo su salud, su organismo, su cuerpo, lo más valioso que puede tener una persona. Y al mismo tiempo nos preguntamos: ¿tendrán sus padres, al menos, la ligera sospecha de que alguno de sus hijos ya cayó en las garras de una adicción como es el tabaquismo?
Lo anterior viene a colación, amable lector, a raíz de que hace unos días presencié una desagradable escena de ese tipo, y no pude contenerme para abordar a los muchachitos y preguntarles por qué fumaban, que si sabían el terrible daño que le estaban causando a su organismo. Sorprendidos por mi intromisión en sus vidas (qué bueno que no eran violentos, pues de lo contrario me hubiera ido mal), uno de ellos sólo señaló a su amigo de la conducta inapropiada, mientras el otro prefirió guardar silencio ante lo que percibí como un poco de vergüenza.
El incidente -para fortuna mía- no pasó a mayores, aunque en lo personal me ocasionó una sacudida moral a tal grado que durante todo el día no pude apartar de mi mente esa imagen de dos pequeños que apenas comienzan a vivir pero que, al mismo tiempo, están destruyendo sus vidas con una adicción que no es fácil de hacer a un lado si no se tiene la voluntad para emprenderlo, y menos si los progenitores de los mencionados chavitos ignoran por completo que sus vástagos andan en malos pasos, fumando en plena vía pública, en una calle muy transitada y a la vista, incluso, de sus vecinos.
De verdad, todavía no me cae el veinte en el sentido de que los propios padres de esos menores de edad no sepan que estos ya se pasean por las calles como dos adultos consumiendo un cigarro, aunque lo que ignoran que el tabaco es quien los está consumiendo a ellos poco a poco, destruyendo gradualmente muchos de sus órganos, cuando deberían estar dedicados a otro tipo de actividades más productivas y menos lesivas para sus familias y para ellos mismos.
En ese contexto, cuando los progenitores vemos ese tipo de escenas, nos cuestionamos una y mil veces cómo es posible que los padres de esos jovencitos no se enteren de lo que hacen sus hijos en las calles, en sus ratos libres, la clase de amistades que tienen. Si los adultos, con la experiencia que hemos acumulado en varias décadas de vida, sabemos cómo detectar a alguien que fuma, por el simple olor, entonces ¿cómo es posible que muchos padres de familia no se den cuenta de este detalle? O ¿será acaso que sí lo saben pero prefieren ignorarlo?
Sólo de pensar que este puede ser el caso de muchos hogares donde los adolescentes fuman de manera regular, me siento en un estado de impotencia y frustración de no poder hacer algo ante este panorama, al tratar de vislumbrar qué futuro les depara a esos muchachitos si continúan con esa adicción, la cual en ocasiones conduce a otras como el alcoholismo, y de ahí a otras más perniciosas como el acceso a drogas como la marihuana, el "cristal" y la cocaína, sólo por mencionar algunas de las más comunes, aunque en la actualidad existe una amplia gama de enervantes que se comercializan en lugares donde sólo las autoridades no saben o no han querido actuar, a pesar de las denuncias.
A pesar, por ejemplo, de que quien esto escribe tuvo un padre (QEPD) que fue un fumador empedernido, además de una madre que no ha podido dejar este vicio, en lo personal nunca he fumado, además de que el tabaco nunca me llamó la atención, ni otras adicciones como el alcohol u otras como las apuestas.
Es cierto que, generalmente, los hijos son un reflejo de lo que somos los padres, aunque esta regla no siempre aplica en los casos en que los vástagos adquieren hábitos nocivos como el tabaquismo por influencia de las malas amistades. Sin embargo, nuestra misión es vigilar sus actitudes y conducta, dentro y fuera del hogar para, al menor indicio de que han sido víctimas de alguna adicción de ese tipo, intervenir de inmediato para cortar de tajo con esa costumbre.
A propósito, no se trata de actuar con agresividad y violencia, sino de platicar con los hijos sobre los motivos que los llevaron ya sea a fumar o beber alcohol, pues de otra manera podríamos provocar una reacción opuesta a la que buscamos generar, de ahí que lo mejor es buscar el momento y el lugar adecuados para que, juntos, padres e hijos, dialoguen sobre la situación y concienticen a los adolescentes en el sentido de que ese tipo de adicciones, a la larga, destruyen su vida en muchos aspectos.
En nuestras manos está ofrecerles a los hijos las mejores condiciones para su sano desarrollo, por lo que conviene mantenernos vigilantes de que así sea.

No hay comentarios: